Vamos a contar mentiras, tralará

    


Una de las cosas que más nerviosos nos pone a los padres es que los hijos nos mientan. La mentira socava la confianza, que es uno de los bienes más preciados en la relación padres-hijos. Cuando notamos que un hijo nos miente, nos ponemos en alerta y tratamos de corregirlo, consiguiendo a menudo el efecto contrario al que deseamos.

    Nuestra reacción suele consistir en someterle a un interrogatorio mediante el que encontremos sus incoherencias. Pero sucede que, sometido a esa presión creciente, el hijo reacciona acrecentando la mentira en una especie de huida hacia delante, que va avanzando a medida que avanza el interrogatorio. Los padres pueden desarrollar el interrogatorio en distintos momentos o fases, para comprobar la memoria del hijo e intentar pillarle en alguna contradicción y en ocasiones, todo esto concluye con el hijo poniéndose a la defensiva o atacando a los padres.
    Para manejar la mentira hay que comprender su razón y su funcionamiento. La mentira de los hijos, la mayoría de las veces, suele tener una funcionalidad. Normalmente la de conseguir algo que por otro camino no se ve posible o evitar alguna consecuencia negativa (castigo, bronca, sermón…) a una conducta ya realizada. Es decir, la mentira “sirve para algo”. Por lo tanto, lo primero que hay que tener en cuenta es para qué sirve esa mentira, cuál es el objetivo que pretende conseguir.
    Sobre el funcionamiento de la mentira, es una evidencia que, cuanto más grande es la mentira, más difícil es que la persona que la ha desarrollado la reconozca. Por lo tanto, conviene no contribuir a agrandar la mentira con interrogatorios.
    Una posibilidad para tratar de romper esta dinámica consiste en que, en el momento en que tenemos la sensación de que nuestro hijo nos está mintiendo, hacer un alto. Y trasladarle el siguiente mensaje: “Todos podemos hacer cosas mal. Pero mentir es la mejor manera de no mejorar lo que hemos hecho mal en el pasado. La mentira es el peor de los errores, porque evita corregir los otros. Te voy a hacer la misma pregunta que te acabo de hacer, pero antes de que me contestes quiero que sepas una cosa. Si me dices la verdad, no habrá consecuencias, por mal que esté lo que hayas hecho. Pero si tengo la sensación de que me mientes, voy a hacer todo lo que está en mi mano para averiguar si me dices la verdad o no. Y cuando digo todo lo que está en mi mano me refiero a: … (incluir aquí ejemplos concretos en función de la situación que sea, por ejemplo, “llamar a los padres de fulanito, contactar con el instituto, hacerte un análisis de orina…”) Y si a través de esas averiguaciones descubro que me has mentido, la consecuencia será … (poner aquí el ejemplo de una consecuencia que el hijo pueda ver con claridad). Esta consecuencia no será por haber actuado mal, sino por haberme mentido. ¿Me he explicado con claridad? Te vuelvo a hacer la misma pregunta: (y aquí repetimos la pregunta de nuevo…)”
    Si tenemos la impresión de que nos miente tendremos que actuar según dijimos en la advertencia previa y aplicar la consecuencia anunciada.
    Si nuestro hijo nos dice la verdad se evidencia que la primera vez nos mintió. Aun así, cumpliendo lo que dijimos en la advertencia previa, se trata de agradecer la sinceridad y no hacer nada más. ¿Por muy mal que esté lo que haya hecho? Sí, pues el objetivo es evitar que el hijo mienta. Si conseguimos esto, tendremos margen para corregir más adelante.
Publicado originalmente en Iglesia en Valladolid en enero de 2019.

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