Tus sentimientos no son Dios (tampoco el demonio)

  


 “¡Haz caso a tus sentimientos!”, “¡sigue a tu corazón!” … frases así nos invitan en cierta literatura y redes sociales, a dejarnos llevar por nuestros sentimientos, a obedecerlos y seguirlos a pies juntillas para no reprimirnos nada y tener una vida intensa.

    La premisa básica de este tipo de mensajes es que nuestra auténtica personalidad se manifestaría de forma espontánea en nuestra manera de sentir y de expresar los sentimientos. Cualquier intento de modularlos se convertiría en una fuente de represión, inhibiría nuestra personalidad y nos convertiría en seres infelices que no viven con autenticidad su vida. El gran peligro del que alejarse es actuar conforme a estereotipos sociales que encorsetan. El sentimiento define tu esencia. Eres lo que sientes.

    Según esto, a la hora de tomar decisiones se trataría de dejarse llevar por los impulsos de nuestro corazón y actuar conforme a ellos. Eso garantizaría el acierto en el rumbo a seguir, ya que aseguraría que somos nosotros mismos quienes tomamos nuestras decisiones.

    “¡Que no te traicionen tus sentimientos!”, “¡no te dejes llevar por tus sentimientos, domínalos!” son otro tipo de mensajes dirigidos a sospechar permanentemente de los propios sentimientos y tenerlos bajo control, bien domesticados. No hay que dejarles alzar la voz ante las distintas situaciones que afrontamos en la vida porque se ven como una fuente de tentaciones, errores y egocentrismo.

    Bajo esta mirada, los sentimientos se identificarían con una parte instintiva, que conviene alejar de nuestra vida. Los sentimientos serían el lugar favorito para la tentación y deben ser combatidos por una voluntad férrea y una razón que los someta.

    Desde esta perspectiva, cuando uno se encuentra ante decisiones que tomar o situaciones a las que reaccionar, debería hacer un esfuerzo por ignorar los sentimientos y hacer que sea solo la razón la que lleve las riendas. Todo lo demás conduciría a un sentimentalismo que nos haría sufrir y equivocarnos en nuestras decisiones. El sentimiento sería una amenaza para situarse ante la realidad y hay que tratar de mantenerlo bajo control.

    ¿Nos dejamos llevar por nuestras emociones o las ponemos bajo control? ¿Existen solo estas dos opciones irreconciliables?

    Cuando medimos la temperatura corporal de una persona y observamos que tiene fiebre, deducimos que hay algo que está causando esa variación y tratamos de saber qué es para actuar en consecuencia. La fiebre indica que algo está sucediendo, por ejemplo, una infección. No existe una temperatura “inadecuada o errónea” puesto que es esa fiebre la que nos ayuda a identificar la infección. Aunque el padecerla sea incómodo.

    Del mismo modo, no existen emociones inadecuadas o erróneas. Existen emociones que son reacción a un acontecimiento concreto en el marco de una historia personal concreta. Escucharlas es el primer paso para conocerse: ¿qué está causando esta reacción en mí?, ¿qué información me está dando esta reacción?

    En ocasiones esa información viene en un vehículo desagradable: la ira, el asco, la tristeza, el miedo… nos producen sensaciones incómodas. Pero si despreciamos o rechazamos el vehículo en el que vienen, nos perdemos esa información y con menos información tenemos menos margen para maniobrar ante las distintas situaciones que se nos presentan.

    Necesitamos entender cuál es el lugar adecuado de las emociones y de los sentimientos en nuestra vida. No son Dios, tampoco el demonio. Convertirlas en un dios al que obedecer nos llevará a ser sus esclavos y fácilmente manipulables. Convertirlas en un demonio a combatir nos llevará a alejarnos de nuestra humanidad. Conectarse a ellas y aceptarlas será una buena forma de conocerse a uno mismo y de conocer la realidad. Que no es una mala tarea.

Publicado originalmente en Iglesia en Valladolid en octubre de 2020.

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