¿Por qué fracasa la economía de fichas?
La economía de fichas es una técnica de modificación de conducta utilizada por algunos padres (y promovida por no pocos psicólogos y educadores) en el intento de suscitar determinadas conductas en los hijos. Consiste en elegir la conducta a implementar y seleccionar unos reforzadores que se aplicarán en el caso de que el hijo desarrolle la conducta seleccionada. Por ejemplo: en una hoja se va anotando cada día que el hijo hace la cama (conducta objetivo) y se va marcando con un elemento simbólico (una pegatina, un punto…) Si al cabo de una semana, el hijo ha hecho la cama cuatro días, podrá conseguir una entrada al cine (reforzador).
Muchos padres han utilizado sistemas parecidos a estos en algún momento de la educación de los hijos y han contemplado como fracasaba este sistema. Hay algunas razones de este fracaso que tienen que ver con la utilización de una técnica sin el conocimiento suficiente: se cometen errores de bulto en el uso de los reforzadores, de cómo funcionan, se plantean objetivos inalcanzables para el niño…
Más allá de las razones operativas, hay una razón de fondo del fracaso de esta técnica, que tiene que ver con el planteamiento que subyace en ella. Es la consideración de que los reforzadores materiales son suficientes para determinar la conducta de las personas (y, no lo olvidemos, los niños también son personas) Es decir, la idea de que encontrar un buen premio es suficiente para que el niño haga tal o cual cosa, ya que la conducta humana es dependiente de los reforzadores materiales. Sin embargo, nuestra experiencia nos dice que no es así.
Es evidente que las consecuencias externas de tipo material influyen sobre nuestra conducta. Por ejemplo, que un empresario pague su salario a un trabajador a final de mes influye mucho sobre el hecho de que el trabajador siga yendo a trabajar o decida cambiar de empleo. Pero también es evidente que muchas veces trabajamos gratis, como, por ejemplo, cuando hacemos las tareas domésticas o ayudamos a un familiar con una pequeña reforma en su casa o colaboramos desinteresadamente en una actividad social. Y podríamos pensar que en estas ocasiones hay “premios” en forma de reconocimiento externo, agradecimiento o disfrute de lo conseguido. Pero hay veces en las que nada de esto está presente y la conducta permanece.
La conducta humana no está determinada por los estímulos externos de tipo material, aunque estos pueden influir. El psiquiatra Víctor Frankl, fundador de la logoterapia, afirmaba: “Entre estímulo y respuesta hay un espacio. En ese espacio está nuestro poder para elegir nuestra respuesta. En nuestra respuesta radica nuestro crecimiento y nuestra libertad”.
Es decir que podemos elegir cómo queremos responder a un estímulo externo. Ese poder elegir no quiere decir que tengamos un control absoluto sobre todas nuestras acciones y decisiones, ni sobre nuestras emociones. Lo que quiere decir es que reducir los determinantes de nuestro comportamiento a meros factores externos materiales es empobrecer enormemente nuestra condición humana.
Porque ese espacio de libertad solo existe en las personas. Y es una de las cosas que nos definen como personas. Y es la razón por la que utilizar las consecuencias materiales para influir en una persona, olvidando uno de los elementos definitorios de su ser, suele conducir al fracaso. La libertad del otro nos da vértigo porque es un espacio que (gracias a Dios) no podemos controlar. Pero nuestra tarea como padres tiene más que ver con ir acompañando a los hijos en el ensanchamiento de ese espacio de libertad y la responsabilidad que lleva consigo, que en conseguir que haga tal o cual cosa a base de premios y castigos.
Publicado originalmente en Iglesia en Valladolid en enero de 2020.
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