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Treinta y siete pequeñas maneras de estorbar

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     Una vez leí un hermoso texto de José Luis Martín Descalzo titulado Veinticuatro pequeñas maneras de amar, muy recomendable, por cierto. En él desgranaba de forma amable y concreta, veinticuatro maneras de amar a los que están a nuestro alrededor. Como yo no llego a la altura de Martín Descalzo ni de broma, me cuesta escribir algo parecido a eso. Pero, sin embargo, no me resulta demasiado difícil hacer una lista de las maneras de estorbar que tiene la gente.  Aquí van treinta y siete:  Aparcar el coche en la calle o en un aparcamiento ocupando dos plazas. Hablar, hablar y hablar sin escuchar. Pararse en medio del pasillo en el supermercado con el carrito cruzado impidiendo el paso al resto de clientes. Ceder a todos los caprichos de los hijos. Caminar cambiando de dirección de golpe sin mirar si viene alguien por detrás. Ir con el paraguas abierto por los soportales en día de lluvia. Regalar un móvil a un niño por su primera comunión, es decir, con 8 años....

¡Tienes que poner más atención!

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Mientras escribo estas líneas me viene a la cabeza que tengo que mandar un guasap a una persona  para recordarle una cosa. Cojo el móvil, y al desbloquearlo veo que tengo varios mensajes. Los leo, contesto algunos de ellos, uno me lleva a una red social, me entretengo un rato en ella y tiempo después, sin haber escrito a esa persona, dejo el móvil intentando recordar para qué lo he cogido, con la conciencia clara de que lo he olvidado y habiendo perdido el hilo de lo que estaba escribiendo. ¿A nadie más le ha pasado? Es fácil echarse la culpa a uno mismo: “me he vuelto a liar”, “si fuera capaz de prestar más atención y no distraerme tanto…” Cuando me siento con ánimos me hago el propósito de de ser más consciente de lo que hago y distraerme menos. Cuando estoy desanimado, preocupado o cansado, me dejo llevar, “de perdidos, al río”. Si, como me temo, esto no me pasa solo a mí, me pregunto si entre las muchas crisis que atraviesa nuestro mundo, la crisis atencional no es una de...

Sentir diferente, olvidar lo sucedido, hacer ver algo y otras misiones imposibles.

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     Cuando tenemos deseos de cambiar algún aspecto de nuestra vida, lo primero que tenemos que tener en cuenta es si aquello que deseamos cambiar es una acción voluntaria o involuntaria.      Me explico. No todas las acciones que realizamos son voluntarias. Algunas no dependen de nuestra voluntad. Por ejemplo, dormir, sentir, olvidar, tener ganas… Algunas veces nos gustaría cambiarlas porque no nos convence cómo funcionan, por ejemplo, me gustaría dormir mejor. Otro ejemplo, me gustaría que las cosas no me afecten. Otro más, me gustaría olvidar lo que pasó. El último, me gustaría volver a tener las ganas que tenía de hacer cosas, antes de que pasara todo esto.      Estas cuatro acciones: dormir, sentir, olvidar, tener ganas, son acciones involuntarias. ¿Qué quiere decir esto? Que al no depender de nuestra voluntad no podemos controlarlas. Para muestra un botón. Si estás leyendo esto sentado, prueba a ponerte de pie. Lo normal (salvo alguna c...

Tenerse paciencia

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     ¿Quién no se ha hecho en alguna ocasión el propósito de mejorar algún aspecto de su vida? El año nuevo es el momento típico: “A ver si este año me alimento mejor y como menos precocinados”. “Voy a intentar ponerme al día con la tecnología”. “Tengo que tener más paciencia con los chicos”. “Voy a empezar a hacer deporte” y mil cosas más. Cada uno, las suyas.      Muchos de esos propósitos proceden de “deberías” externos a nosotros: familiares, medios de comunicación, costumbres sociales… Cuando los propósitos tienen esa procedencia, conviene que pasen por varios filtros personales. ¿Realmente esto es algo que quiero yo para mi vida? ¿Me imagino haciéndolo? ¿Es buen momento ahora para empezar con ello? ¿Tengo unas circunstancias adecuadas que me permitan intentarlo? ¿O más bien en el fondo de mi corazón es algo que no me importa demasiado, que no me veo haciendo o que me viene fatal ponerme con ello en este momento?      Si al pasar por eso...

La fuerza de voluntad no existe.

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  Es un mito. Una excusa. Una justificación. Pero no existe. ¿Cuántas veces hemos escuchado “yo no puedo hacer eso porque tengo muy poca fuerza de voluntad” o “esa persona ha conseguido eso gracias a su fuerza de voluntad”? Pues bien, no se tiene mucha o poca “fuerza de voluntad”, simplemente porque no existe tal fuerza. Existe, eso sí, la voluntad, que, según la Real Academia de la Lengua es la facultad de decidir y ordenar la propia conducta. Y esa, en condiciones normales, la tenemos todos. Lo que sucede es que la aplicamos para algunas cosas sí y para otras no. Me explico. Una mujer fumadora ha intentado dejar de fumar en numerosas ocasiones y no lo ha conseguido. Se entera que está embarazada y deja de fumar de la noche a la mañana. No es que antes tuviera poca “fuerza de voluntad” y después toda esa fuerza le entrara de repente con el embarazo, no. Antes no tenía la voluntad de dejar de fumar: no lo veía importante, o intentaba dejarlo porque se lo decían los demás, pensaba q...