¿Es verdad que nadie nos prepara para ser padres?


 No. Esta es una frase que es frecuente escuchar cuando dialogamos con otros padres acerca las dificultades y los retos de la paternidad. “Es que nadie nos ha enseñado a ser padres”, se suele decir. Pero no es del todo cierto.

Nos han preparado para ser padres. No sentados en una silla, atendiendo a una pizarra o un power point mientras escucho una clase magistral. No con un master en alguna universidad de prestigio o en otras instituciones. Pero a todos nos han preparado para ser padres. Porque todos hemos sido hijos. Y nuestra vivencia como hijos nos influye como padres.
La mayoría de nosotros hemos crecido en el seno de una familia. Con sus virtudes y defectos (defectos que todas las familias tienen, el sociólogo Fernando Vidal afirma que “ninguna familia resiste un análisis al microscopio”). Hemos tenido una vivencia de la familia. Una forma de relacionarse, de expresar el afecto, de mostrarse o no apoyo en los momentos difíciles, de plantearse tareas colectivas, de tomar decisiones juntos, de fomentar la autonomía de sus miembros, de celebrar o no los acontecimientos de la vida y cómo hacerlo, de corregir y alentar, de enfadarnos y reconciliarnos. Esa vivencia es una gran escuela de ser padres, de la que muchas veces no somos conscientes.
Nos marca mucho más de lo que a veces nos damos cuenta e infinitamente más que escuelas de padres, cursos prematrimoniales, congresos o másteres. Nos marca mucho más porque nos marca en tres niveles, el de los sentimientos, el del pensamiento y el de la forma de actuar. Mientras que en la mayoría de la formación que se da en escuelas de padres, cursillos prematrimoniales, congresos o másteres, se incide solo en el nivel del pensamiento, de los conocimientos.
Pero saber algo no es saber hacer algo. Puedo saber de memoria una receta de croquetas y que cuando me pongo a hacerlas me salgan fatal. Es cierto, que sin saber la receta es imposible hacer unas buenas croquetas. Pero saber la receta no garantiza saberlas hacer. Esta es una de las razones por las que después de recibir una charla acerca de la educación algunos padres dicen “sí, la teoría es muy bonita y parece fácil, pero lo difícil es la práctica”.
La mayoría de nosotros tenemos unas vivencias sobre qué es ser padres antes de que nos hayamos convertido en padres. Son aquellas vivencias que hemos tenido como hijos. Para transformar esas vivencias en experiencia que nos sirva para nuestra vida como padres, es necesario reflexionar sobre ellas. Reflexionando sobre ellas haremos consciente lo que es inconsciente y podremos decidir con mayor libertad cómo incorporar lo valioso, intentar evitar aquello que no queremos repetir y transformar lo que sea necesario.
En general reflexionamos poco sobre nuestra vivencia educativa y de esa manera dejamos de extraer conclusiones que nos permitan adquirir experiencia. Algunas personas sacan conclusiones por malas vivencias familiares: “no quiero actuar como mi madre, que no nos hacía ni caso, yo pasaré mucho tiempo con mis hijos”, o bien “mi padre era muy poco cariñoso con nosotros, así que yo saciaré a mis hijos de besos y abrazos”, pero no es lo más frecuente.
De la misma manera, reflexionar sobre la vivencia del matrimonio de nuestros padres nos puede permitir extraer alguna experiencia que nos sirva para nuestro propio matrimonio. Incluso la separación de unos padres se puede convertir en fuente de experiencia para nuestro matrimonio, si se reflexiona adecuadamente. La reflexión sobre nuestras vivencias familiares como fuente de experiencia es una gran escuela al alcance de todos, muy barata y de gran aplicación práctica.
Publicado originalmente en Iglesia en Valladolid en noviembre de 2018.

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