No me hagáis demasiado caso

    


Voy a hacer una confesión. No me resulta fácil escribir estas colaboraciones en nuestra revista diocesana. No porque no tenga temas a tratar, enfoques o reflexiones que compartir, no. En general la vida y el trabajo me nutren de ideas y pensamientos que pienso que pueden interesar a otros. Sentarme a escribir una vez al mes me ayuda a poner orden. Estoy agradecido por la confianza. El listado de temas sobre los que escribir es amplio y no deja de aumentar.

    Lo que realmente convierte el momento de sentarme ante el teclado del ordenador en una cuesta arriba, es la cantidad de pegas que me surgen ante cada línea que escribo y el enfoque que le doy a los temas. Elijo el tema, la idea que quiero transmitir, los ejemplos concretos, empiezo a golpear teclas y a completar líneas y me empieza a venir matizaciones: “Si alguien en tales circunstancias se toma esto al pie de la letra, puede que su situación empeore…”, “esto que dices aquí habría que matizarlo mucho, no siempre es así…”, “esto vale para este caso, pero es contraproducente en este otro…” Estos son los pensamientos que me asaltan al tiempo que escribo. Y vuelta a repasar la idea, la línea, el ejemplo. Y en cada repaso, busco un adjetivo más preciso, un verbo más adecuado, un ejemplo más conveniente.

    Porque sé que la vida no se puede encerrar ni explicar con el puñado de palabras que aquí manejo. Sé que lo que para una persona es una reflexión luminosa que le sirve para su vida concreta, para otra es una especie de patada en el estómago. Lo que, para una, es una idea que llevar a la acción, a otra la sumerge en un mar de confusión. Lo que a una le ayuda a eliminar obstáculos, a otra se los agranda. Lo que, para una es una sugerencia que le ayuda a tomar conciencia sobre una realidad que está viviendo, para otra es una meta inalcanzable. Lo que a una le facilita, a otra le estorba.

    De ahí, mi respeto ante el teclado. No puedo escribir para cada caso concreto. Sólo puedo hablar de generalidades, de situaciones comunes, de rasgos generales. Y muchas personas al leer estas colaboraciones no ven reflejada su situación, o no con los suficientes matices para aceptar la sugerencia o la idea principal. Me imagino a algunos lectores pensando, al tiempo que leen: “mi caso no es así, por esto y por lo otro…”, “si estuvieras en mi lugar verías que no es tan fácil hacer lo que dices por tal y cual razón…”, “eso que dices es muy bonito y está muy bien, pero cuando lo he intentado me ha salido fatal…” Y seguramente tienen razón.

    Por eso permíteme hoy terminar con el consejo que encabeza esta colaboración. No me hagas demasiado caso. Si algo de lo que escribo no te convence, seguramente tengas razón. Si algún consejo que doy no lo ves adecuado para tu vida concreta o tus circunstancias, tíralo a la papelera.

    Quizás alguna cosa de las que hayas leído por aquí te ha removido. Y le ves algo de sentido, pero no termina de encajarte. Posiblemente necesites alguien con quien contrastar esa sugerencia mía. Consulta a alguien que te quiere de verdad. O consulta un profesional que te ayude a aplicarla a tu caso. O a descubrir que tal vez no estás llamado a vivirla de la forma que yo he descrito.

    No me hagas demasiado caso. No te tomes demasiado en serio lo que escribo. Si te resulta de ayuda, fenómeno. Si te remueve algo por dentro, si le das vueltas y ves que no termina de encajar con tu realidad, compártelo con alguien o consulta un profesional. Es posible que tú tengas razón y yo esté equivocado.

Publicado originalmente en Iglesia en Valladolid en julio de 2021.

Comentarios

Entradas Populares

Sueño con candados, anillos y cocodrilos

Treinta y siete pequeñas maneras de estorbar

El problema de espiritualizar el problema.

El desastre de la compensación habitual

Tragicomedia de los Aglutinassi y los Desapegatto (I)