La fuerza de voluntad no existe.
Es un mito. Una excusa. Una justificación. Pero no existe. ¿Cuántas veces hemos escuchado “yo no puedo hacer eso porque tengo muy poca fuerza de voluntad” o “esa persona ha conseguido eso gracias a su fuerza de voluntad”? Pues bien, no se tiene mucha o poca “fuerza de voluntad”, simplemente porque no existe tal fuerza.
Existe, eso sí, la voluntad, que, según la Real Academia de la Lengua es la facultad de decidir y ordenar la propia conducta. Y esa, en condiciones normales, la tenemos todos. Lo que sucede es que la aplicamos para algunas cosas sí y para otras no.
Me explico.
Una mujer fumadora ha intentado dejar de fumar en numerosas ocasiones y no lo ha conseguido. Se entera que está embarazada y deja de fumar de la noche a la mañana. No es que antes tuviera poca “fuerza de voluntad” y después toda esa fuerza le entrara de repente con el embarazo, no. Antes no tenía la voluntad de dejar de fumar: no lo veía importante, o intentaba dejarlo porque se lo decían los demás, pensaba que podía controlarlo y volvía a caer… En el momento que se entera del embarazo y es consciente del daño que fumar puede provocar a su hijo, y aquello cobra un verdadero sentido para ella, toma la decisión y la ejecuta. No hay ninguna cuestión de “fuerza”, sí de voluntad, de deseo. Y es que cuando hay voluntad (cuando uno realmente quiere), eso tiene mucha fuerza.
Otro ejemplo, el joven al que le cuesta mucho levantarse por las mañanas y retrasa el momento de poner los pies en el suelo y comenzar el día. Ha intentado múltiples trucos: poner el despertador lejos para tener que levantarse, pedir que le despierten otras personas… pero no funcionan. Hasta que llega el día que tiene que ir a su primer día de trabajo. Ése día se levanta sin problema en cuanto suena el despertador. No es que haya desarrollado una gran “fuerza de voluntad”. Lo que sucede es que el deseo de no llegar tarde a su primer día de trabajo es un deseo intenso y lleno de sentido para el joven.
Tener poca fuerza de voluntad es, la mayoría de las veces, una excusa para encubrir nuestra poca voluntad, el poco deseo que tenemos de conseguir aquello que, supuestamente, nos hemos propuesto. A veces esto sucede porque aquello que nos hemos propuesto conseguir, no es algo de lo que estemos convencidos, sino que de lo que nos han convencido. Y aún no hemos hecho nuestras, las razones para poner en marcha ese cambio. Cuando esto sucede y fracasamos en el intento, decimos que tenemos poca “fuerza de voluntad” y de esa manera, parece que tenemos menos responsabilidad en el fracaso, porque puedo culpar a mi poca “fuerza de voluntad” del mismo.
Tiremos a la basura la excusa de la fuerza de voluntad. Rebusquemos en nuestra voluntad a la hora de iniciar un cambio, una conquista, un camino que tenga dificultades. Preguntémonos por los motivos para iniciar ese cambio. Preguntémonos por el sentido y la orientación de ese camino, para qué quiero conseguir aquello, qué cosas serán diferentes cuando haya avanzado por el mismo. No olvidemos el objetivo. Aceptemos que habrá tropiezos en el camino. Pero que la piedra en la que tropecemos no sea una invención contra la que no se puede luchar.
Publicado originalmente en Iglesia en Valladolid en noviembre de 2017
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