¿A quién quieres más?

    


(Advertencia previa: Este artículo no se refiere a separaciones extremadamente conflictivas donde hay negligencia o maltrato hacia los hijos, sino a las más frecuentes, que provienen del deterioro de la relación entre los cónyuges)

    Quizá hayamos escuchado a un adulto hacer esta estúpida pregunta a un niño, poniéndole en la disyuntiva de elegir entre sus padres. La pregunta es estúpida porque transmite una concepción del amor como algo finito que se reparte, según la cual, lo que le das a una persona se lo restas a otra. El amor no funciona así.

    Aunque hay un caso en el que esta pregunta deja de ser estúpida y se convierte en dramática: cuando es el propio niño el que se la hace a sí mismo. Y hay una situación en la vida de los hijos que facilita que surja esa pregunta: la separación de los padres.

    Cuando esto sucede, los hijos pasan a ocupar una posición intermedia entre ellos, mucho más que antes de la separación. Los hijos perciben que están en medio de unos padres que tienden a alejarse entre sí.

    En esa posición crece una conciencia en el hijo que le señala que, si se acerca a uno, automáticamente se aleja del otro. Acercarse a uno de los padres puede ser cosas pequeñas como divertirse más con uno que con el otro, tener más confianza o sentir que te ayuda más con las tareas del cole.

    Puesto que la mayoría de los hijos quieren a ambos padres, el hecho de sentir que se aleja de uno de ellos puede producir la sensación de estar fallándole, de traicionarle. ¿A quién quiero más?, puede preguntarse. ¿Estaré haciendo daño a uno al acercarme al otro? Estas preguntas generan una tensión interna que se agrava cuando los padres (o sus familias respectivas) tienen una mala relación entre ellos y critican al otro padre.

    Esa tensión interna puede ser bastante incómoda para el hijo, de manera que puede intentar resolverla de distintas formas:

    - Una consiste en aliarse con uno de los dos padres. El hijo evalúa la situación, hace un juicio y dicta una sentencia por la cual uno es el malo y merece ser condenado y el otro es el bueno al que hay que apoyar. De esa manera, el conflicto se “resuelve” posicionándose de parte de uno de los padres. El coste suele ser la pérdida de la relación con el padre que ha sido declarado culpable.

    - La segunda es escapar de esa tensión a través de actividades que le permitan distraerse y centrarse en otras cosas. Esas actividades pueden ser de las calificadas socialmente como positivas: el deporte, el estudio, la música… o pueden ser conductas de riesgo. Ambas son formas de salirse de la tensión que supone ese conflicto, aunque evidentemente con consecuencias diferentes en cada caso.

    - La tercera consiste en intentar mantener un equilibrio entre la cercanía a ambos padres. Así, el hijo intenta mantenerse en el medio, no acercarse ni alejarse demasiado de ninguno. Esto no es sencillo si uno busca el centro exacto, porque lo normal es oscilar. Lo normal es encontrarse más a gusto con uno que con otro en determinadas circunstancias. Si experimenta la cercanía a uno de los padres como una traición, el hijo gastará mucha energía en intentar mantenerse exactamente en el centro y no inclinarse hacia ningún lado. No contar nada a ninguno, no disfrutar demasiado con ninguno… Si el hijo acaba por aceptar que la oscilación no es traición, será la salida menos mala.

    Aunque este conflicto interno y sus posibles respuestas pueden suceder incluso en los casos en que los padres mantienen una relación cordial tras la separación, si estos colaboran activamente por el bien de los hijos, fomentan el contacto con el otro padre y promueven una visión positiva de él, pueden reducir la tensión en el hijo y mitigar el impacto de la separación en su vida.

Publicado originalmente en Iglesia en Valladolid en septiembre de 2021.

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