Tenerse paciencia

    ¿Quién no se ha hecho en alguna ocasión el propósito de mejorar algún aspecto de su vida? El año nuevo es el momento típico: “A ver si este año me alimento mejor y como menos precocinados”. “Voy a intentar ponerme al día con la tecnología”. “Tengo que tener más paciencia con los chicos”. “Voy a empezar a hacer deporte” y mil cosas más. Cada uno, las suyas.

    Muchos de esos propósitos proceden de “deberías” externos a nosotros: familiares, medios de comunicación, costumbres sociales… Cuando los propósitos tienen esa procedencia, conviene que pasen por varios filtros personales. ¿Realmente esto es algo que quiero yo para mi vida? ¿Me imagino haciéndolo? ¿Es buen momento ahora para empezar con ello? ¿Tengo unas circunstancias adecuadas que me permitan intentarlo? ¿O más bien en el fondo de mi corazón es algo que no me importa demasiado, que no me veo haciendo o que me viene fatal ponerme con ello en este momento?

    Si al pasar por esos filtros ves que no es algo que realmente quieras conseguir, no lo intentes. No le digas a nadie que vas a empezar a…, déjate de rollos. Piénsalo despacio y ordena tus prioridades.

    Pero si al pasar esos filtros ves que realmente es algo que deseas para tu vida, que no quieres postergar y que sí te ves capaz de hacerlo porque alguna temporada lo has conseguido, ponte a ello. Pero ojo.

    La primera consigna es tenerse paciencia. Así como suena. Has leído bien. Tenerse paciencia, sí. No tener paciencia, sino tenerse paciencia. A uno mismo. Como un buen verbo reflexivo en el que la acción que el sujeto realiza va dirigida hacia sí mismo.

    Vas a intentar algún cambio, adelante. Pero ten en cuenta que el cambio raramente es lineal, es decir, raramente las cosas van mejorando cada día un poco. Más bien habrá avances y retrocesos, subidas y bajadas, aciertos y errores. Y cuando yerres será bueno que te tengas paciencia.

    Porque aprender a convivir con uno mismo no es sencillo. Porque a veces uno no se aguanta. Porque hasta San Pablo veía y deseaba hacer lo bueno y elegía lo malo. Porque mantener el equilibrio entre exigirse y comprenderse es un arte.

    Exigirse a uno mismo está bien, siempre que no te machaques cuando falles. Porque fallarás. Y si te machacas, te castigas, te maltratas… la exigencia se convierte en un infierno y en medio de ese infierno fallarás más.

    En alguna ocasión escuché, que el mandato cristiano de amar a los enemigos es lo que posibilita que nos amemos a nosotros mismos (no he conseguido encontrar la referencia, así que ya no sé si lo he escuchado o lo he querido escuchar o me lo estoy inventando según lo escribo). Pero es verdad que a veces somos nuestro enemigo. Así lo afirmaba el personaje Pogo en una de las viñetas dibujadas por Walt Kelly hace muchos años: “Hemos encontrado al enemigo y somos nosotros”. 

    Tampoco es cuestión de relajarse tanto que te comprendas demasiado y llegues a justificarte, al estilo de que “es que yo soy así”. Eso muchas veces esconde el miedo a enfrentarse al fracaso de los propios intentos de ser mejor. Se trata de aceptar la tensión entre intentarlo y fracasar. Si eres de los que en Año Nuevo te haces propósitos de cambio y en febrero ya te has llevado un revolcón, bienvenido al club de los humanos.

    Ahora se trata de que te tengas paciencia, que conozcas tus puntos débiles y también los fuertes. Y no te olvides de hacerlos crecer. Déjame darte un consejo, aunque no me lo hayas pedido. En vez de pensar demasiado en qué cosas quieres dejar de hacer este año, o controlar mejor, o eliminar de tu repertorio, piensa en qué quieres hacer más, qué quieres hacer crecer en tu vida, qué cualidad puedes poner más al servicio de los demás, de qué vas a disfrutar más. Olvídate este año de limar errores, equivocaciones, asperezas y concéntrate en que crezca algo bueno que ya hay en ti. Y el año que viene lo revisamos.

Publicado originalmente en Iglesia en Valladolid en enero de 2023

Comentarios

Entradas Populares

Sueño con candados, anillos y cocodrilos

El problema de espiritualizar el problema.

Treinta y siete pequeñas maneras de estorbar

El desastre de la compensación habitual

Tragicomedia de los Aglutinassi y los Desapegatto (I)