Sentir diferente, olvidar lo sucedido, hacer ver algo y otras misiones imposibles.

    Cuando tenemos deseos de cambiar algún aspecto de nuestra vida, lo primero que tenemos que tener en cuenta es si aquello que deseamos cambiar es una acción voluntaria o involuntaria.

    Me explico. No todas las acciones que realizamos son voluntarias. Algunas no dependen de nuestra voluntad. Por ejemplo, dormir, sentir, olvidar, tener ganas… Algunas veces nos gustaría cambiarlas porque no nos convence cómo funcionan, por ejemplo, me gustaría dormir mejor. Otro ejemplo, me gustaría que las cosas no me afecten. Otro más, me gustaría olvidar lo que pasó. El último, me gustaría volver a tener las ganas que tenía de hacer cosas, antes de que pasara todo esto.

    Estas cuatro acciones: dormir, sentir, olvidar, tener ganas, son acciones involuntarias. ¿Qué quiere decir esto? Que al no depender de nuestra voluntad no podemos controlarlas. Para muestra un botón. Si estás leyendo esto sentado, prueba a ponerte de pie. Lo normal (salvo alguna circunstancia excepcional) es que lo consigas. Ahora prueba a dormirte. Imposible. ¿Por qué? Porque dormirse no depende de uno.  Sucede lo mismo con olvidar. Intenta olvidar qué día de la semana es hoy. ¿Qué tal se te da? Fatal, porque lo normal es que cuanto más intentas olvidarlo, más lo recuerdes. Un último ejemplo, prueba a tener ganas de correr un maratón. ¿Aparecen? Lo normal es que no (salvo que ya las tuvieras de antes).

    ¿Qué sucede entonces con estas acciones que son involuntarias? Que, normalmente, al esforzarnos en intentar cambiarlas las estropeamos aún más. Ahí está el ejemplo de olvidar. Cuanto más intento olvidar qué día es hoy, más lo recuerdo, más presente lo tengo. Entonces, ¿cómo sucede el olvido?, de forma involuntaria. Uno va centrándose en otras cosas poniendo su atención en nuevas situaciones y gracias a eso voy teniendo menos presente qué día es hoy, y algunas veces, no siempre, puedo llegar a olvidarlo. Si intento tener ganas de correr un maratón, lo normal es que cuantas más ganas intente tener, menos tenga.

    Por tanto, podemos concluir que es mejor no esforzarse por cambiar aquellas acciones que son involuntarias porque lo normal es que, no sólo no lo consigamos, sino que además las empeoremos. Otra cosa es que trabajemos sobre condiciones que influyen en esa acción. Por ejemplo, si dejo de consumir cafés a partir de mediodía, eso puede que haga que duerma mejor. Si empiezo a salir a correr un rato dos días a la semana, es posible que en algún momento tenga ganas de correr un maratón. Pero ojo, esto no siempre tiene un efecto directo.

    Otras veces, lo que deseamos tiene que ver con cambiar a otra persona, “me gustaría hacerle ver…” Y eso ya es un deseo imposible. No podemos hacer ver. Imagina una situación en la que dos personas están conversando una enfrente de otra. Y una de ellas comienza a describir lo que hay detrás de la otra, sin que ésta vuelva la espalda. Eso es otra cosa, pero eso no es hacer ver. Eso es describir. Eso sí se puede hacer. Se puede describir la situación con detalle, con mucha precisión. Pero no es hacer ver. Se puede poner mucho énfasis emocional en la descripción de las cosas y enfadarnos, entristecernos o entusiasmarnos al describir. Pero eso tampoco es hacer ver. Se puede animar al otro a girarse y que se dé la vuelta y vea por ella misma. Pero eso no es hacer ver. Se puede pedir al otro a que ocupe nuestro lugar y vea las cosas desde donde las vemos nosotros. Pero eso tampoco es hacer ver. Porque hacer ver es imposible. Si el otro no lo ve, yo no puedo hacerle ver. Ver, lo que se dice ver, solo lo puede hacer el otro. No hay forma de hacer ver nada a nadie.

    Otra cosa es que concentres tus esfuerzos en describir las cosas de la mejor manera posible, poner el acento emocional que deseas para transmitirle al otro lo que ves e invites al otro a contemplar las cosas desde tu punto de vista. En esto puedes concentrar tus energías, en vez de intentar hacer ver. Sabiendo que lo puedes hacer genial y que el otro siga sin verlo.

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