Reducir y dejar que se revele
Está sentado delante de la mesa haciendo anotaciones en un papel, ideas metidas en círculos unidas a otros círculos que contienen otras ideas, en relaciones jerarquizadas para explicar una realidad. Los muchísimos alumnos que Pedro Chico ha tenido a lo largo de su vida como profesor le recuerdan con mucho cariño y coinciden en cómo explicaba siempre con sus famosos esquemas.
Antes de que levante la cabeza del papel y me mire, me asalta el recuerdo de lo que nos insistían en la importancia de hacer un buen resumen de los textos y un esquema cuando, de chavales, alguien nos hablaba de técnicas de estudio. Alguna cosa recuerdo. Un esquema es el resumen de un texto del que se intenta extraer su idea principal para relacionarla con las ideas secundarias. Tiene la gran ventaja de que podemos capturar la esencia de aquello de un vistazo y ahorramos así esfuerzos, pudiendo ser más rápidos en el acceso al recuerdo de la idea y en la comprensión de las relaciones entre los elementos del esquema.
Pero resulta que un esquema es también la idea o el concepto que nos hacemos de algo o de alguien. Es una de las formas habituales de conocer la realidad y de relacionarnos con ella. Así, si nos piden hacer el dibujo de una flor, la mayoría de nosotros haremos un círculo, del que sale una línea vertical hacia abajo y que está rodeado por óvalos. Ese dibujo, que se parece bastante a una margarita, es el esquema de una flor. Si nos piden dibujar una figura humana, la mayoría haremos un círculo para la cabeza, un palito vertical para el tronco, dos palitos en diagonal para los brazos y otros dos para las piernas. Como los monigotes del día de los inocentes, vamos.
No hacemos esto porque seamos unos simples, sino porque nos permite tomar decisiones con mayor rapidez y menor energía. Por eso tendemos a hacernos una idea esquemática de cómo son los demás. Conocemos a alguien y nos hacemos una idea de cómo es. Una idea, no diecisiete. Reduciendo a las personas a lo que pensamos que es su esencia, lo más representativo de ella, somos capaces de abarcarla, calibrar sus reacciones, anticipar sus respuestas, valorar bien nuestras interacciones con ella… Y así relacionarnos de una forma más eficaz.
Esta dinámica mental de reducir a los demás a un esquema es imprescindible.
Así como es imprescindible dejar que el otro se nos revele como realmente es, y cambie, enriquezca, matice, confirme o destroce el esquema que nos habíamos hecho de él. Porque no somos unos simples si reducimos a los demás a un esquema, pero lo seremos si confundimos el esquema que nos hemos hecho con la realidad, es decir, si estamos convencidos de que el esquema del otro que yo me he hecho en mi cabeza es realmente el otro. Si hacemos eso ignoraremos la información que nos permite completar el esquema, hacerlo más rico e incluso revisarlo en sus aspectos esenciales.
En todas las relaciones humanas, pero especialmente en las más significativas, es imprescindible que permitamos al otro que se nos revele. Necesitamos el esquema y necesitamos ampliarlo. Y volver a reducirlo. Y movernos permanentemente en esa dinámica de ida y vuelta aceptando que uno nunca conoce al otro del todo y que el esquema que nos hacemos se va moviendo entre completarse y reducirse hasta el infinito y más allá.
Mi mente empieza a imaginarse un dibujo que no deja de completarse y simplificarse en movimientos alternativos y empiezo a entrar en bucle cuando, menos mal, Pedro Chico levanta la cabeza y me saluda con su alegría habitual. Le entrego el articulillo de este mes con la esperanza de que, otra vez más, lo deje bien aseado y me voy para casa pensando cuál sería el resumen de este articulillo.
Comentarios
Publicar un comentario