¿Dónde empieza la infidelidad?
No empieza cuando se descubre. Que las cosas salgan a la luz pone negro sobre blanco la situación y puede ser el inicio de un camino diferente. Pero la cosa no empieza ahí.
No
empieza cuando se da el contacto físico. Es cierto que es una línea roja, pero antes
de que suceda ya ha habido tanta lejanía respecto del cónyuge, se han escondido
tantas cosas, que el engaño ya está hecho y el contacto físico es la gota que
colma el vaso. Pero la cosa no empieza ahí.
No empieza el
día que quedas a solas con la otra persona sin contárselo a tu cónyuge.
“Total para qué, no hay nada malo en quedar con otra persona y es posible que
si se lo cuento lo malinterprete y se enfade”. Y construyes así un secreto que
os va alejando. Pero la cosa no empieza ahí.
No empieza el día que le cuentas a la otra
persona tus problemas matrimoniales o le cuentas algo sobre ti que no has
contado a tu pareja. Ese día abres una ventana que te vincula con la otra
persona. Ese día levantas un muro de distancia entre tu pareja y tú. Pero la cosa
no empieza ahí
No empieza cuando repasas mentalmente a toda
la lista de agravios que tienes respecto de tu pareja y anotas en ella cada
nuevo detalle que te disgusta. Eso te coloca en la posición de víctima, ideal
para lo que viene luego. Pero la cosa no empieza ahí.
No empieza en el momento en que comienzas a
mirar el móvil con frecuencia para ver si la otra persona te ha escrito, cuando
visitas sus redes sociales o cambias tu recorrido cotidiano para encontrarte
con ella. Eso alimenta la ilusión y supone poner el foco en la otra persona.
Pero la cosa no empieza ahí.
No empieza cuando te descubres fantaseando
sobre cómo sería la vida con la otra persona en vez de con tu cónyuge, qué
cosas serían mejor, cómo te sentirías... Las fantasías suelen ignorar las
circunstancias concretas que nos rodean e influyen en nuestros comportamientos.
Pero la cosa no empieza ahí.
No empieza el día que después de una
discusión con tu pareja piensas en la otra persona o chateas con ella por
guasap y eso hace más llevadero el enfado. Esto agranda la distancia entre
vosotros y hace irresolubles los conflictos. Pero la cosa no empieza ahí.
No empieza cuando notas que interesas a otra
persona y sientes el gusanillo de volver a verte atractivo, de saber que puedes
gustar a alguien de nuevo y piensas que con tu pareja eso ya no pasa. Ese
gusanillo es poderoso y tentador. Pero la cosa no empieza ahí.
No empieza cuando piensas que quizá te has
equivocado eligiendo a tu pareja como la persona con la que compartir tu vida.
Replantearse las decisiones pasadas desde ese gusanillo tentador es una forma
sencilla de ser injusto contigo mismo y, especialmente, con tu pareja. Pero la
cosa no empieza ahí.
No empieza cuando haces comparaciones
negativas en tu mente ante conflictos con tu pareja. “Aquella novia que tuve no
hubiera reaccionado así”. “Mi compañera de trabajo me da más ánimos y me apoya
más que mi mujer”. “El padre de aquel amigo de mi hijo me comprende mejor que
mi marido” ... Cuando ese tipo de
pensamientos se convierten en norma, abres una brecha respecto de tu cónyuge
que será difícil cerrar. Pero la cosa no empieza ahí.
No empieza cuando callas aquello que hace tu
pareja (o que esperas que haga y no hace) y que te molesta, y aceptas que el
matrimonio es así, que hay cosas que nunca van a cambiar y que hay que
aguantarse, que total para qué decirlas si todo va a seguir igual, y decides
guardar tus sentimientos. Ese día haces más fácil que cuando aparezca alguien
que los escuche, les abras la puerta y salgan como un torrente. Pero la cosa no
empieza ahí.
La cosa empieza cuando olvidas que parte de
tu tarea como pareja consiste en ayudarle a ser aquello que está llamado a ser.
En confirmar su identidad y celebrarla. En colaborar a que sus cualidades
crezcan. El día que olvidas eso empieza todo.
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