¿Es una fábula la navidad?

    


Algo de miedo tengo, lo confieso. Temo que, después de leer este articulillo, una señora iracunda me reconozca durante la cabalgata de reyes y se líe a paraguazos conmigo. Como seguro que acude a la cabalgata con un paraguas de esos grandes para ponerlo del revés y recoger todos los caramelos que caen a su alrededor, la tunda puede ser épica. Pero no puedo dejar de contarlo.

    Algunas veces un padre o una madre me preguntan cuándo les dije yo a mis hijos “lo de los reyes magos”. Lo dicen así, bajito, con la boca torcida, mirando a los lados con esa expresión entre cómplice y temerosa con la que los espías hablan en las películas cuando se encuentran en la esquina de un callejón en medio de la niebla y entre cubos de basura destapados. 

    Yo les digo la verdad, que nunca les dije “lo de los reyes magos” porque siempre lo supieron. Desde que son pequeños los llevé conmigo a comprar el regalo que su madre iba a tener el día de reyes. Y lo elegían conmigo. Y así lo hicieron hasta que ya prefirieron a los amigos antes que andar dando tumbos conmigo, cosa bastante lógica, por otra parte.

    Cuando los que me han preguntado empiezan a mirarme extrañados, les explico que nunca les dije mis hijos que los reyes magos existieran. Entonces, ¿no les llevabas a la cabalgata, no les hacías regalos? me preguntan escandalizados. No, no, les respondo, yo no he dicho eso. A nuestros hijos los llevábamos a la cabalgata, aunque la veían como lo que es, una especie de carnaval. También solían tener algún regalo en reyes. Intento explicarles que lo que yo no alimentaba era el cuento de que los reyes vienen de Oriente en camellos, que hay que dejarles un vaso de leche y unas peladillas para que repongan fuerzas, que te traen regalos si te portas bien y esas cosas.

    Si consigo terminar esta explicación sin que me interrumpan enfadados, les digo que yo soy un tipo raro, que no me hagan mucho caso, pero que no me parece bien engañar así a una persona, aunque sea un niño. Que yo no me siento bien haciéndolo, que no me genera ninguna ilusión que el niño viva engañado por mí. Ahí es cuando la persona se suele dar la vuelta pensando que para qué me habrá preguntado…

    Si todavía no se han dado la vuelta y se han largado farfullando, me preguntan que entonces qué me parece “lo de los elfos”. Yo les digo que lo mismo que “lo de los reyes”, un cuento. Me dicen que nada que ver, que los elfos hacen travesuras, desordenan, manchan y que eso está mal. Otros se ponen a defender a los reyes porque “son nuestros” frente al invasor papá Noel. Yo, la verdad, no hago muchas distinciones porque, en esencia, elfos, papás noeles y reyes magos me parecen lo mismo: un cuento.

    Soy muy partidario de contar cuentos a los niños, pero sin intentar convencerles de que son historias reales. Celebro que los niños tengan una imaginación desbordante. Que jueguen al fútbol como si estuviesen jugando la final del mundial. Que se imaginen que son personajes de ficción con poderes extraordinarios. Todo eso me parece fantástico.

    Ahora bien, una cosa es que los niños tengan su imaginación y otra que yo les meta la mía. Eso no lo veo. No soy partidario de engañar a los niños así. Que a los niños les haga ilusión que yo les engañe tampoco me parece un criterio educativo.  Pero no porque los niños se vayan a llevar un berrinche cuando se enteren “de lo de los reyes” y vayan a quedar traumatizados de por vida, no.

    Para mí el peor problema es que identifiquen que lo que celebramos estos días es así, como los elfos, los papás noeles y los reyes: un cuento, una engañifa, una fábula con el único objetivo de pasarlo bien y que les haga ilusión a los niños. Y creo que es otra cosa.

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