Denigración del elogio
“¡Ojo con la autoestima de los niños y adolescentes! Es muy frágil y se rompe con facilidad. Hay que potenciarla con elogios para que no se venga abajo”.
Esto no es una
regla universal, pero mucha gente cree que sí. Que hay que elogiar sin medida a
los niños y jóvenes para que su moral no se resienta, para que no se vengan
abajo. Especialmente cuando las cosas salen mal, para que no se frustre.
“Qué bien lo
has hecho” se le dice al niño que no ha dado ni una en un examen. “Has estado
muy bien” se intenta animar a la niña que ha hecho un pésimo partido de
baloncesto. “Lo has hecho genial” se miente al niño que ha perpetrado una pieza
musical con su instrumento.
Si el niño
tiene una inteligencia normal y es consciente de que lo ha hecho mal, el adulto
perderá credibilidad ante sus ojos. “Mi padre dice que lo he hecho fenomenal,
pero en realidad me ha salido mal. O me está mintiendo o no se entera”.
Cualquiera de las dos conclusiones es mala. Si piensa que el padre le miente,
dejará de confiar en lo que el padre le dice en general, con lo que tampoco le
creerá cuando el elogio sea sincero. Si piensa que no se entera, dejará de
confiar en lo que el padre le dice en general, porque su criterio no es muy
correcto, que digamos.
Hay veces que
los niños o los jóvenes tienen algo tocada la autoestima, por las
circunstancias que sean. Y entonces la reacción de los padres o profesores, es
intentar hinchar la autoestima del otro a base de elogios, como quien intenta
dar aire a una rueda pinchada. En este caso lo que suele pensar el niño es algo
parecido a “esto me lo dices para animarme, porque soy tu hijo, no porque sea
verdad”. Y lo mismo que entra el aire por un sitio, sale por el otro.
Y estos no son
los peores casos. Los peores son cuando el niño no tiene una inteligencia
normal y se cree el elogio. Y piensa que lo ha hecho perfecto cuando en
realidad ha hecho una birria. Nunca mejorará. O se cree que lo que ha sido una
ejecución normalita es en realidad una obra de arte. Ya puede tumbarse a
descansar mientras los demás se postran ante su grandeza.
Cuando murió
Maradona, Jorge Valdano en su obituario afirmó: “el hombre fue una víctima. ¿De quién? De mí o de usted, por ejemplo,
que seguramente en algún momento lo elogiamos sin piedad.”
Lo elogiamos
sin piedad. Tremenda frase. No hay duda que fue un futbolista genial. Pero la
sobredosis de elogios acabó con su persona mucho antes que otros excesos
hicieran mella en su físico.
Un elogio desmedido
o desproporcionado es mala idea. Excepto que sean los abuelos quienes los dan a
sus nietos. Ahí no hay ningún efecto negativo porque los niños dan por
descontados que los abuelos, en general, son desproporcionados. Ya sea en dar
abrazos y besos ruidosos en las mejillas, como en preparar meriendas y llenar
los platos de comida, o en alabar inexistentes cualidades de los nietos. Es lo
suyo. Pero si eres padre, madre, profesor… es mejor ser prudente con la
administración de elogios.
Ahora bien, no
te vayas al otro extremo. “En vez de elogiar, critiquemos”. No. Ni se trata de
fijarse solo en lo malo para corregirlo, pues lo abrumará.
¿Qué hacer en
vez de elogiar? Puedes preguntar: “¿Tú cómo te has visto? ¿Qué tal crees que te
ha salido?” O valorar aspectos concretos de la ejecución “esto te ha salido
bien”. Y considerar el progreso en general: “te ha salido algo mejor que la
última vez”. Incluso reconocer el esfuerzo: “A veces las cosas salen mejor y
otras peor, pero te has esforzado por hacerlo lo mejor posible y eso está bien”
No dejes de explorar en el cómo de pequeños logros: “he visto que esto te ha
salido bien, ¿cómo lo has conseguido?”.
Elogiar, en
pequeñas dosis.
Publicado originalmente en Iglesia en Valladolid en septiembre de 2022
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