“Nosotros esperábamos…”

    

    Llegaste al matrimonio con tus expectativas. Querías que el otro fuera tu confidente. Que fuese la persona en la que apoyarte en los momentos de dificultad. Quien te levantase el ánimo cuando estabas flojo. Que los demás viesen que podías formar una familia. Que adivinase tus necesidades y diese respuesta a ellas sin tener que decírselo. Que tuviese iniciativa. Que fuese un padre dedicado o una madre amorosa para vuestros hijos. Que fuese alguien de quien caminar orgulloso de la mano por la calle.
    ¿De dónde salieron esas expectativas? ¿Cómo se fueron configurando en tu mente y en tu vida?
    Tal vez influyó tu historia familiar. La manera en que tus padres se trataban entre ellos hizo que fueses definiendo cómo esperabas que fuese tu matrimonio. Tal vez anhelabas que el otro nunca actúe de tal manera, porque no quieres que se repita en tu matrimonio la forma en la que se han tratado tus padres. Quizá el asunto esté en cómo te han tratado a ti en tu propia familia.
    El caso es que te casaste y pronto te diste cuenta de que el otro no termina de cumplir con las expectativas que tenías. Eso en el mejor de los casos. En el peor de los casos ni siquiera empieza cumplirlas, vamos que no cumple ni una pizca. Que a veces está ensimismado y no te escucha. Que se agobia con tus problemas y no te sostiene en medio de ellos. Que no es especialmente hábil en adivinar tus necesidades.
    Y tu primera reacción es la de forzar un poquito al otro para hacerle encajar en tu expectativa. Sólo tiene que hacer un pequeño esfuerzo, tener un poco de voluntad, poner de su parte. Pero no termina de funcionar. El otro se resiste. Y tú insistes, sólo tienes que cambiar un poco en esto y en esto otro y en lo de más allá y vas a terminar de encajar, ya lo verás.
    Si el otro se resiste aún entonces te cabreas y viene la violencia de forzarle a encajar en tu molde. Y te encuentras como ante un puzle al que solo le falta por colocar una pieza y tratas de encajar la que tienes y no hay manera. No entra ni a tiros. Y la aprietas con fuerza a ver si así… Y nada.
    Cansado de batallar, de tratar de hacerle encajar en tu molde, de las discusiones tras las que te sientes estancado, tiras la toalla y te resignas. “Total, el matrimonio es la cruz que tengo que llevar”, “me mantengo por mis hijos”, “sigo adelante porque ya tuve un fracaso y no quiero otro”.
    Así que te resignas a no completar tu puzle, a vivir permanentemente insatisfecho. A corto plazo te tranquilizas, a largo plazo va creciendo un resentimiento sordo. “Elegí la pieza estropeada”. Eso sí, tu expectativa sigue intacta, sin modificar.
    Déjame que te haga una sugerencia, si te vale, bien, sino, no me hagas ni caso.
    A veces hay que transformar la propia expectativa para empezar a poder amar al otro tal y como es. Reconocer las partes irreales de tu expectativa, corregirlas. “Te recibo a ti como esposa y me entrego a ti” dijiste cuando te casaste. Pero más que recibir al otro como era, intentaste transformarle para que encajase en tus planes y te olvidaste de recibirle. 
    Recuerda aquella frase de los dos discípulos camino de Emaús, cuando se encuentran con Jesús y no le reconocen “nosotros esperábamos que él iba a liberar Israel…” y la respuesta de Jesús: “no sois más tontos porque no sois más grandes”, o algo así, que ahora no recuerdo exactamente la cita.
    Es que quizá tu expectativa no te está dejando ver al que tienes al lado, no te está dejando escucharle. Es que quizá tu expectativa no te deja recibirle tal como es, reconocerle y amarle así, hacer juntos el camino. Es que quizá ha llegado el momento de echarle un ojo a tu expectativa. Vamos, se me ocurre.

Publicado originalmente en Iglesia en Valladolid en junio de 2022

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