Romancillo de la mascota y la familia


Dicen que los animales

son miembros de la familia.

Y hay gente que llama “niño”

 al perro de compañía.


Unos les ponen abrigos,

otros los llevan en sillas

y hay algunos que les hablan

como al amor de su vida.


Incluso he llegado a ver

que hay quien compra golosinas

que venden para los perros,

yo no sé quién las fabrica.


¿No os parece cosa injusta

que hay quien no tiene comida

y sin embargo los perros

tienen hasta golosinas?


Otra cosa que me apena

cuando pienso este temita

es como en nuestra ciudad,

alguno lo contaría,

ya tenemos más mascotas

que niños con alegría

corriendo por nuestras calles.

¡Quién a mí me lo diría!

Porque es muy mala señal,

es lo que a mí me afligía,

que donde antes había niños,

ahora más perros vivan.


El mes de enero el gobierno

aprobó una ley ambigua

que dice que las mascotas

se encuentran más protegidas.

Y anuncia a todo pulmón

que ¡por fin se ha hecho justicia!

¡Los buenos animalitos

son miembros de la familia!

Y yo me quedo asombrado. 

Me pregunto con intriga

si aquella mosquita muerta

que aplasté con mi manita

era carne de mi carne,

era mi hijita querida

que quedó despanzurrada

en medio de la cocina.

Si aquella delgada araña

que su red allí tejía

en la esquina de mi cuarto,

y escobazo recibía,

era en realidad mi suegra.

Si llamó a la policía

para denunciar maltrato,

mire que no lo sabía.

Si el ratoncito fisgón

que horada sus galerías

y cayó en la ratonera

por su gran glotonería

era, claro, mi cuñado

que asalta mi bodeguilla

y viuda y triste he dejado a

la pobre de mi hermanita.

“¡No me lo puedo creer!”

Voy y grito en cada esquina

“¿Que tanto bicho asqueroso

sea miembro de mi familia?”


¿Quieres saber lo que pienso

de tamaña tontería?

No creo que las mascotas,

ni de ellas la más bonita,

puedan ser como mi suegra.

Mucho menos como mi hija.

Porque una de las cosas

que aprecio de la familia

es que tenga libertad

quien a ella pertenecía.


La libertad es preciosa

y libertad no tenía

ni el perro más admirable,

ni un gato con picardía,

ni un loro que te repite

lo que antes tú decías.

Tampoco el hámster que corre

dando vuelta a la ruedita. 


Quizás me responderás

que es miembro de la familia

un bebé recién nacido

y libertad no tenía.

Por supuesto, no la tiene.

Ese bebé necesita

del cuidado de sus padres

como primera medida

para poder ir creciendo

en esa libertad viva

a la que puede aspirar

por ser una humana cría.

Que, si todo va normal,

llegará un hermoso día

en que podrá decidir

dónde dirigir su vida

y mandarte a hacer puñetas

si tú bien lo merecías.

Cosa que no podrá hacer

ni el perro de la vecina,

ni el gatito, ni el lorito,

ni el hámster en su jaulita.



Puede que tú estés pensando

que qué libertad tenía

un abuelo con Alzheimer

que ni quién era sabía.

Pese a que sus facultades

se encuentren disminuidas,

sin embargo, ese viejito

que memoria no tenía,

recuerdo es de libertad

gastada de tan vivida.


Bien sé yo que, en este mundo,

cuando hablamos de familia,

no todo lo que reluce

es oro, bien lo sabía.

Por eso no idealizo

ni venero a la familia.

Porque es verdad que sucede

que hay veces que te infligía

un dolor muy muy profundo

quien bien quererte debía. 

Pero creo que es mejor

una vida así, atrevida,

donde te puedan fallar

aquellos a quien querías

que apañarnos con mascotas

que muy bien obedecían

la voz de su amo, sí,

pero libres no vivían.

Y con libres me refiero,

no a trotar con gallardía

por el campo sin correas,

sino a tener en su vida

la conciencia de saber

que hacer mal y bien podían.


Y es que esa libertad

si para algo nos servía

es para ser responsables,

que en verdad nos da alegría.

Porque es diferente ser

responsable en nuestras vidas

que ser muy muy obediente,

no sé si usted lo sabía.

Para responsable ser

la libertad nos valía.

Mas ser obediente pudiera

quien libertad no tenía.

Publicado originalmente en Iglesia en Valladolid en abril de 2022

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