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Mostrando entradas de 2023

Treinta y siete pequeñas maneras de estorbar

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     Una vez leí un hermoso texto de José Luis Martín Descalzo titulado Veinticuatro pequeñas maneras de amar, muy recomendable, por cierto. En él desgranaba de forma amable y concreta, veinticuatro maneras de amar a los que están a nuestro alrededor. Como yo no llego a la altura de Martín Descalzo ni de broma, me cuesta escribir algo parecido a eso. Pero, sin embargo, no me resulta demasiado difícil hacer una lista de las maneras de estorbar que tiene la gente.  Aquí van treinta y siete:  Aparcar el coche en la calle o en un aparcamiento ocupando dos plazas. Hablar, hablar y hablar sin escuchar. Pararse en medio del pasillo en el supermercado con el carrito cruzado impidiendo el paso al resto de clientes. Ceder a todos los caprichos de los hijos. Caminar cambiando de dirección de golpe sin mirar si viene alguien por detrás. Ir con el paraguas abierto por los soportales en día de lluvia. Regalar un móvil a un niño por su primera comunión, es decir, con 8 años. Usar cacharros en la co

¿Quién quiero que me influya?

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Influir, “ejercer predominio, o fuerza moral” según la RAE, es algo que pretenden la mayoría de los padres sobre sus hijos, los profesores sobre sus alumnos, los médicos sobre sus enfermos, los psicólogos sobre sus pacientes, los curas sobre sus feligreses, los gobernantes sobre sus gobernados, los maridos sobre sus mujeres y viceversa, los medios de comunicación sobre sus seguidores... De hecho, se le suele dedicar bastante esfuerzo a cómo influir: cursos de formación sobre persuasión para sanitarios, escuelas de padres, cursos de oratoria, masters de comunicación política… Se escriben libros, se graban vídeos y audios, se hacen entrevistas a personas que saben del tema, buscando la respuesta a la pregunta de cómo influir más y mejor. Lo normal es que tratemos de influir a nuestro alrededor y que nos preguntemos cómo hacerlo. La capacidad de influir genera poder y el poder, como dice Armando Zerolo en su libro Época de idiotas, “está en la naturaleza humana y gran parte de la tr

Elogio de la pausa

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     Me gusta el fútbol. No me paso el día viendo partidos, ni me cojo un cabreo monumental cuando pierde mi equipo, el Valladolid, pero me gusta el fútbol. Algunos de los recuerdos más nítidos de mi infancia están ligados al fútbol: aquel balón lanzado por Platini que se cuela por debajo de Arconada en la final de la Eurocopa del 84. El 12 a 1 contra Malta. El penalti fallado por Eloy contra Bélgica en el Mundial del 86. O en el ámbito local, la Copa de la Liga ganada por el Valladolid en el 84 o la final de la Copa del Rey perdida en el 89.      Esos son los de la infancia. Pero hay un recuerdo que destaca sobre todos los demás, un recuerdo más cercano: el Mundial de Sudáfrica en 2010, cuando fuimos los mejores. Y un momento clave: el gol de Iniesta. La tensión previa al remate, los saltos de alegría cuando el balón llega a la red, los abrazos, los nervios hasta que terminó el partido… Inolvidable.      Tiempo después escuché a Iniesta contar en un documental cómo vivió aquel instant

“Aquí todo el mundo va a lo suyo menos yo, que voy a lo mío”

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     Me viene a la cabeza esta frase cuando escucho a esos agoreros pesimistas, profetas de calamidades y despreciadores del mundo clamar contra el individualismo y el egoísmo que campa a sus anchas por el alma de cada habitante del planeta.      Les recomiendo, permítanme el consejo, que pasen una temporada con los ojos y oídos abiertos, acompañando a un familiar en el hospital. Allí encontrarán:     A personas que hacen piruetas con su trabajo y sus horarios laborales para acercarse a acompañar a un familiar o llegar a tiempo a la hora en la que el médico informa de la evolución del paciente.      Aparatitos muy grandes, algunos muy pequeños, de nombres impronunciables que son fruto del trabajo y conocimiento acumulado por distintas generaciones de personas a lo largo de los años y que salvan vidas.      Amigos que, como solo puede entrar una persona por paciente, se ponen enfrente del hospital con una pancarta para que el enfermo se asome por la ventana y felicitarle así el cumpleañ

Sueño con candados, anillos y cocodrilos

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     Los veo en el puente de Isabel La Católica, pero nunca he visto a nadie colocándolos. Los candados. Hay uno color cobre, brillante, aún sin oxidar, con un número 19 escrito con rotulador negro dentro de un corazón.      El novelista Federico Moccia tomó la idea del candado como símbolo de amor de una vieja historia serbia de la Primera Guerra Mundial. Una mujer es traicionada por su amante cuando éste parte al frente y encuentra allí un nuevo amor. La historia corrió entre los habitantes del pequeño pueblo de ambos, las chicas empezaron a comprar candados, escribieron sus nombres junto a los de sus amantes, los colocaron en el puente y tiraron las llaves al río con la esperanza de que eso sirviera para mantener su amor. Una poeta serbia recogió esta historia en un poema, Moccia lo popularizó en sus libros y los puentes de Europa se llenaron de candados.      Suelo cruzar ese puente cuatro veces al día. La mayoría de ellas paso mirando las aguas del río, atisbando cualquier movimie

¡Tienes que poner más atención!

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Mientras escribo estas líneas me viene a la cabeza que tengo que mandar un guasap a una persona  para recordarle una cosa. Cojo el móvil, y al desbloquearlo veo que tengo varios mensajes. Los leo, contesto algunos de ellos, uno me lleva a una red social, me entretengo un rato en ella y tiempo después, sin haber escrito a esa persona, dejo el móvil intentando recordar para qué lo he cogido, con la conciencia clara de que lo he olvidado y habiendo perdido el hilo de lo que estaba escribiendo. ¿A nadie más le ha pasado? Es fácil echarse la culpa a uno mismo: “me he vuelto a liar”, “si fuera capaz de prestar más atención y no distraerme tanto…” Cuando me siento con ánimos me hago el propósito de de ser más consciente de lo que hago y distraerme menos. Cuando estoy desanimado, preocupado o cansado, me dejo llevar, “de perdidos, al río”. Si, como me temo, esto no me pasa solo a mí, me pregunto si entre las muchas crisis que atraviesa nuestro mundo, la crisis atencional no es una de ell

Pertenecer

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    La familia nos proporciona muchas cosas importantes a lo largo de la vida. Una de ellas es el sentido de pertenencia.      El sentido de pertenencia es aquello por lo cual nos sabemos y nos sentimos miembros de una comunidad que nos trasciende, que va más allá de nosotros mismos. Este trascendernos tiene lugar tanto física como temporalmente. Físicamente porque se nos evidencia que no estamos solos ante el mundo, que hay otros a nuestro lado y que formamos una comunidad. Temporalmente porque esa comunidad existía antes de mi llegada y tendrá su continuidad con mi salida y la nueva comunidad que yo construya.      A través de este sentido de pertenencia llegamos a saber y a sentir que soy querido y que se me quiere como miembro de esa comunidad. Que soy aceptado e integrado en esa comunidad que es mi familia.      Este sentido de pertenencia se expresa en el abrazo y el cuidado con que se recibe al bebé al nacer. En el abrazo, especialmente el maternal, se expresa ese vínculo extrao

¿Dónde empieza la infidelidad?

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     No empieza cuando se descubre. Que las cosas salgan a la luz pone negro sobre blanco la situación y puede ser el inicio de un camino diferente. Pero la cosa no empieza ahí.                 No empieza cuando se da el contacto físico. Es cierto que es una línea roja, pero antes de que suceda ya ha habido tanta lejanía respecto del cónyuge, se han escondido tantas cosas, que el engaño ya está hecho y el contacto físico es la gota que colma el vaso. Pero la cosa no empieza ahí. No empieza el día que quedas a solas con la otra persona sin contárselo a tu cónyuge. “Total para qué, no hay nada malo en quedar con otra persona y es posible que si se lo cuento lo malinterprete y se enfade”. Y construyes así un secreto que os va alejando. Pero la cosa no empieza ahí. No empieza el día que le cuentas a la otra persona tus problemas matrimoniales o le cuentas algo sobre ti que no has contado a tu pareja. Ese día abres una ventana que te vincula con la otra persona. Ese día levantas un mu

Sentir diferente, olvidar lo sucedido, hacer ver algo y otras misiones imposibles.

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     Cuando tenemos deseos de cambiar algún aspecto de nuestra vida, lo primero que tenemos que tener en cuenta es si aquello que deseamos cambiar es una acción voluntaria o involuntaria.      Me explico. No todas las acciones que realizamos son voluntarias. Algunas no dependen de nuestra voluntad. Por ejemplo, dormir, sentir, olvidar, tener ganas… Algunas veces nos gustaría cambiarlas porque no nos convence cómo funcionan, por ejemplo, me gustaría dormir mejor. Otro ejemplo, me gustaría que las cosas no me afecten. Otro más, me gustaría olvidar lo que pasó. El último, me gustaría volver a tener las ganas que tenía de hacer cosas, antes de que pasara todo esto.      Estas cuatro acciones: dormir, sentir, olvidar, tener ganas, son acciones involuntarias. ¿Qué quiere decir esto? Que al no depender de nuestra voluntad no podemos controlarlas. Para muestra un botón. Si estás leyendo esto sentado, prueba a ponerte de pie. Lo normal (salvo alguna circunstancia excepcional) es que lo consigas

Para intentar entender al otro empieza por entender que es otro.

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     Hay palabras que se ponen de moda: resiliencia, autoestima, empoderamiento, empatía… Cuando una palabra se pone de moda, se expande un significado vago, con connotaciones generalmente positivas y se convierte en una cualidad a la que todo el mundo debe tender.      Tener empatía parece una obligación imprescindible para cualquier relación, especialmente en el matrimonio. Pero la empatía está sobrevalorada. La Real Academia Española la define como el “sentimiento de identificación con algo o alguien” y como “la capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos”. Pensemos si nos resulta sencillo identificarnos con los sentimientos de nuestra pareja, o más bien la mayoría de las veces los contemplamos como contemplaríamos a un marciano recién salido de un platillo volante. “No entiendo por qué se pone así”, “yo reaccionaría de una forma completamente distinta a ese caso” …, pues claro.      Los psicólogos que intervenimos en temas de pareja hemos seguido a veces una

Tenerse paciencia

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     ¿Quién no se ha hecho en alguna ocasión el propósito de mejorar algún aspecto de su vida? El año nuevo es el momento típico: “A ver si este año me alimento mejor y como menos precocinados”. “Voy a intentar ponerme al día con la tecnología”. “Tengo que tener más paciencia con los chicos”. “Voy a empezar a hacer deporte” y mil cosas más. Cada uno, las suyas.      Muchos de esos propósitos proceden de “deberías” externos a nosotros: familiares, medios de comunicación, costumbres sociales… Cuando los propósitos tienen esa procedencia, conviene que pasen por varios filtros personales. ¿Realmente esto es algo que quiero yo para mi vida? ¿Me imagino haciéndolo? ¿Es buen momento ahora para empezar con ello? ¿Tengo unas circunstancias adecuadas que me permitan intentarlo? ¿O más bien en el fondo de mi corazón es algo que no me importa demasiado, que no me veo haciendo o que me viene fatal ponerme con ello en este momento?      Si al pasar por esos filtros ves que no es algo que realmente q