diego velicia

     Me encanta escuchar que algunas personas escribieron un libro durante el confinamiento con motivo del coronavirus. Yo fui incapaz de escribir. Aplicando eso que decíamos los psicólogos al principio de darnos un horario de tareas y cumplirlo, me puse como tarea escribir. Lo intenté, pero no había forma de no borrar cada párrafo que escribía. Tardé cuatro o cinco días en abandonar mi propósito. Pensando qué podía aportar yo en una situación así, se me ocurrió hacer un diario para parejas confinadas.      Los arcoiris con el “todo irá bien” y “saldremos mejores de ésta” no van demasiado conmigo, así que mis objetivos eran más modestos: en el peor de los casos, amortiguar un poco el impacto del estrés del confinamiento y los problemas de salud, laborales, educativos, etc. de las parejas. En el mejor de los casos, que pudiera servir para mejorar un poco la relación.       Sé que muchas veces esta idea de trabajar sobre la relación no es compartida en la pareja. No es extraño que uno qu

     La puerta está entreabierta. Al tiempo que están separados por ella, esa pequeña apertura les une. Cada uno permanece en una estancia diferente con sus deseos, sus preocupaciones y sus proyectos... A la vez, ambos pueden observar al otro en la habitación contigua con sus deseos, sus preocupaciones, sus proyectos...      Uno de los dos se acerca a la puerta y, aunque está entreabierta, toca con los nudillos. Solicita la atención del otro, pide su apoyo, su comprensión. Sucede de manera constante.      La llamada adopta formatos diferentes. Una frase: “hoy he tenido un día horrible en el trabajo”. Un gesto: mostrar un informe médico con una mala noticia. Una petición: “por favor, no pongas pimiento en la pizza”. Una acción: preparar una cena especial. Una pregunta: “¿te acordaste de llamar al profesor de las extraescolares de nuestro hijo?” …      La intensidad emocional de las solicitudes también varía enormemente. Desde una trivial preferencia culinaria, hasta una mala noticia méd