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Colaboración en Onda Cero Valladolid sobre los conflictos familiares en las reuniones de Navidad 31/12/21

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Puedes escuchar la intervención a partir del minuto 48 pinchando aquí .

El camino que va desde la desconfianza a la confianza

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     Una persona fue engañada por alguien a quien quería. Nunca pensó que algo así fuera a suceder. Aquello puso su vida patas arriba. Después de un tiempo, comenzó a levantarse. Salió muy dolida de esa situación. La ira inicial dio paso a una tristeza profunda. La tristeza fue cediendo, pero quedó una desconfianza hacia las personas que parecía inamovible. “No se puede confiar en nadie”, repetía.      Con el tiempo se dio cuenta de que esa desconfianza permanente era un blindaje que había previsto para que no recibir daño desde fuera, pero, al tiempo, dificultaba que el amor brotara desde dentro y generaba una distancia permanente con otras personas, aunque no tuvieran nada que ver con aquella que tanto daño le hizo. La desconfianza se convirtió en una fortaleza en la que se metió para no ser herida de nuevo, y de la que no veía forma de salir.      Por un lado, deseaba cambiar aquello, deseaba volver a confiar en alguien, volver a abrirse y a acoger. Tenía miedo que esa desconfianza

¡Cuánta gente habita en mí!

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     He metido la pata. Por mi culpa algo ha ido mal. He perdido los papeles en una situación. No he mostrado apoyo cuando el otro lo necesitaba. Le he ignorado o menospreciado.      Automáticamente aparece mi abogado defensor interior y me dice: “Hombre, Diego, tenías toda la razón para haber actuado así, es que hay que ver cómo se ha puesto, es que no te ha quedado otra salida, a ver si así se da cuenta que estás hasta arriba, es que no te hace caso…”       A mi abogado interior no le interesa demasiado la verdad, sino salvar mi imagen y evitar que me condene a mí mismo. Suele retorcer los hechos para justificar mi comportamiento y convencerme de que no he hecho nada malo.      A veces, mi abogado se va de vacaciones y en su relato aparecen algunas grietas… Voy al cuarto de baño, me miro al espejo y pienso, “hombre, es verdad que lo que el otro hizo estuvo mal, pero, tú, Diego, te has pasado tres pueblos. Lo que tú hiciste ha estado mal, quizá deberías ir y pedirle perdón…”      A ve