Desesperado tras la enésima discusión sobre lo mismo con mi mujer, me acerqué a ver a mi abuelo. El barrio en el que vivía seguía igual que siempre. Su casa era la misma de mi infancia. Aquel era mi refugio en los días de tormenta familiar. El único cambio fue el del plato de ducha por la bañera cuando la abuela estuvo enferma y el abuelo la cuidó hasta que murió. Cuando llegué me miró, cerró el periódico que estaba leyendo y me ofreció un café. -Cuéntame- me dijo. -Acabo de discutir otra vez con ella de lo mismo, siempre de lo mismo- le dije abatido-. Y sólo llevamos dos años casados. -Vaya ¿cómo ha sido? -No sé, empezamos hablando normal, como otras veces, pero cuando me quiero dar cuenta, ya están los reproches, las críticas, las voces… -Y acabáis como el rosario de la aurora ¿no? -Pues algo así. -Y ahora estás agotado y triste. -La verdad es que sí. -Ya te veo, ya. Oye, cuando empezáis a hablar, ¿tú qué haces? -¡Qué voy a hacer! ¡Escucharla! Y decirle lo qu...